«En la extremidad del poniente, las accidentadas llanuras de la mesa central, cubiertas de magueyes, de cactus y de pinos, esos melancólicos gigantes de las regiones frías, engalanadas con un cielo que cobija a México»
Justo Sierra
Justo Sierra Justo Sierra Méndez nació en la ciudad de Campeche el 26 de enero de 1848 y murió el 13 de septiembre de 1912 en Madrid, España. Hijo de Justo Sierra O’Reilly (1814-1861) –abogado, novelista, político y diplomático–, y por vía materna descendiente de una de las familias más importantes del lugar. Tras una infancia plácida en la ciudad portuaria, tuvo que trasladarse a Mérida, donde se interesó por el mundo literario en las tertulias allí organizadas. A la muerte de su padre se trasladó a la Ciudad de México, junto con su tío Luis Méndez. En la capital de la nación estudió en el Liceo Franco Mexicano y en el Colegio de San Ildefonso, donde continuaría su formación en literatura e historia. En la Escuela de Derecho inició la carrera en jurisprudencia, que terminó en 1871. Pero al conocer a Ignacio Manuel Altamirano su vocación por las letras despertó, y esto le abrió las puertas a los círculos literarios donde solían convivir los intelectuales formados durante la Reforma. Muestra de su talento poético es la composición “Playera” (1868); si bien la poesía no fue su punto fuerte, la siguió practicando y más tarde compondría “Dios”. El periodismo fue una profesión en donde los literatos tendrían oportunidad de mostrar su talento, y éste fue el inicio para Justo Sierra. Dos publicaciones periódicas muestran el grado que alcanzó su prosa narrativa: El Renacimiento y El Monitor Republicano. En el periódico fundado por Altamirano, Sierra participó en las ideas de comunión y de la necesidad de que hubiera un espacio específico para las letras mexicanas. En él escribió su única novela, El ángel del porvenir, que se distribuyó por entregas y quedó inconclusa. Por otro lado, las “Conversaciones del Domingo” aparecieron en El Monitor Republicano y recopilan apuntes, reflexiones, memorias y ficciones en tono humorístico, poco serio y a modo de charla. Estas colaboraciones fueron reunidas y conformaron los Cuentos románticos, donde destaca una novela corta titulada Confesiones de un pianista. En 1873 fue nombrado secretario interino de la Suprema Corte de Justicia, sin embargo, renunció al cargo para dedicarse de lleno al periodismo. En esta etapa Justo Sierra desarrolló el género por el cual es más conocido: los ensayos que escribió para distintos diarios eran críticos desde la óptica positivista inspirada por Herbert Spencer (1820-1903), de tal manera que su pensamiento resulta profundo, moderno, y era atrevido con sus críticas. En dos periódicos encontramos los mejores ejemplos de ello: La Tribuna (1874), fundado por Altamirano, y La Libertad (1878), que cobró importancia porque la futura generación de los “científicos” comenzó en él su carrera pública. En estas publicaciones Sierra delineó los pensamientos sobre los temas llevados a cabo en los puestos públicos que desempeñó, y que marcaron su vida: la docencia y la instrucción pública. Practicó la docencia con mucha pasión y devoción. En la Escuela Nacional Preparatoria impartió la cátedra de Historia, y más tarde ocuparía el lugar de Altamirano. Al dar clases, Sierra se dio cuenta de que faltaba material historiográfico específico para este propósito, así que él mismo se dedicó a escribirlo. Recopiló y seleccionó vastos materiales de diferentes idiomas y fuentes; escribió Historia de la antigüedad, libro en el cual hace un recuento de la humanidad –desde sus inicios hasta la caída de Roma– y que fue publicado en La Libertad, entre 1879 y 1880. Más tarde este libro formó parte de uno más ambicioso que llevaría el título de Compendio de historia universal, el cual abarcó hasta los tiempos actuales del autor. Su producción histórica continuaría con los títulos México su evolución social y Juárez, su obra y su tiempo, escritos, al igual que los anteriores, bajo la perspectiva del evolucionismo social. Hacia finales del siglo xix Sierra era un intelectual de renombre y con mucha experiencia en la administración pública. Al lado de personas como José Yves Limantour, los hermanos Pablo y Miguel Macedo y Francisco Bulnes, entre otros, formó el grupo político de los “científicos”, quienes buscaban –mediante ideas modernas y progresistas– un cambio en la administración del país. Lo anterior llevó a nuestro autor a plantear ideas revolucionarias, por ejemplo la educación nacional unificada y la enseñanza primaria obligatoria. A principios del siglo xx desempeñó cargos de gran relevancia, en 1900 ocupó un escaño en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Más tarde, en 1905, tras la creación de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, se unificaron las distintas escuelas superiores (Jurisprudencia, Medicina, Ingeniería, Nacional Preparatoria, etcétera) para decretar la creación de la Universidad Nacional, el 26 de mayo de ese mismo año. Las ideas que tanto apoyó Justo Sierra empezaban a hacerse realidad. Entre 1895 y 1901 viajó a diferentes partes del mundo moderno. Estados Unidos fue uno de los países visitados, y escribió una serie de crónicas bajo el título “Notas a todo vapor. En tierra Yankee”, relatadas para el periódico El Mundo Ilustrado y que luego conformaron el corpus del libro En tierra Yankee. Otro libro similar, escrito durante esos viajes, fue En la Europa Latina, una experiencia que le sirvió para reflexionar sobre el proyecto de nación que quería para México, y donde también analiza su historia y la relación con México. En estas obras Sierra retoma el tono de conversación, y ambas son de carácter epistolar. La Revolución mexicana interrumpió su proyecto; sin embargo, al terminar la lucha armada Justo Sierra colaboró con el presidente Francisco I. Madero. Fue nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en España, pero ese viaje ya fue demasiado pesado para él, y murió al poco tiempo de llegar a Madrid. Justo Sierra, “Metlac”, en El Renacimiento, t. i (24 de julio de 1869), p. 425.